Hemos de reconocer que durante bastantes siglos la figura de San José no estuvo muy presente en el culto y devoción de los cristianos a sus santos. Los comentarios de los evangelios obligaban a los comentaristas a topar con la figura de San José, aunque fuese levemente. Pero el Santo no entraba en los esquemas ni programaciones devocionales de una cierta extensión o altura.
Pero también hay que reconocer que hubo otros siglos, a partir sobre todo del siglo XVI, en los que San José penetró plenamente, no sólo en la devoción popular, sino que estuvo presente y mucho en la experiencia profunda y en los escritos de santos que mayor influjo han ejercido en la más seria espiritualidad católica.
El caso más sonado es el de Santa Teresa de Jesús, Madre de los Espirituales.
En su vida personal fue entusiasta de San José. En su vidad de Fundadora, a él le dedicó la mayor parte de los conventos que fundaba. A él le llamó: «mi verdadero Padre y Señor». Y con su fino institnto «comericial», aconsejó: «Sean devotas de San José, que puede mucho».
Desde entonces puede decirse que la presencia de San José en la devoción, popular y aristócrata, ha sido un hecho. A veces artificializada, es verdad. Pero lo cierto es que ha sido un hecho importante.
Esta misma piedad cristiana ha producido otro hecho de importancia para la devoción sincera y serena a San José: La fundación de Congregaciones religiosas que asegura la piedad josefina de muchas personas y su extensión en las áreas del pueblo cristiano en que se mueven esas congregaciones (educación, sanidad, misiones, etc.)
Tomado de la Revista Orar 181, Orar con San José, pp. 3-4