Es muy común entre los que creemos en Jesús saludarnos o enviarnos mensajes por las distintas redes sociales deseándonos todas las Bendiciones de Dios… especialmente si estamos pasando por un mal momento o circunstancia en la vida y eso es una gran acto de fe, esperanza y caridad de los unos para con los otros…
«Bendecid, sí, no maldigáis…» (Romanos 12, 14) nos recuerda el Apóstol San Pablo y el Apóstol San Pedro: «No devolváis mal por mal, ni insulto por insulto; por el contrario, bendecid, pues habéis sido llamados a heredar la bendición» (1 Pedro 3, 9).
Pero hay un paso más que pasa desapercibido a nuestro espíritu. El primer paso es Bendicir y desear la Bendición de Dios a los demás, incluso para nuestros enemigos o los que nos hacen el mal o nos maldicen… que por cierto, ya es mucho. El segundo paso, sería que por la bondad de Dios nos convirtieramos en BENDICIÓN de Dios para los demás, al estilo de Abraham cuando el Señor le llamó a seguirle:
«… y sé tú una Bendición… Por ti se bendecirán todos los pueblos de la tierra…» (Génesis 12, 2-3). Aquí está la invitación que nos hace hoy el Señor por medio de San José: «y sé tú una Bendición…». Que proyección más grande para nuestra vida cotidiana: ser una Bendición para todas las personas que nos rodean y convivimos… Que Dios Padre Misericordioso bendiga a través de nuestra vida a muchos… así seguramente llegaría más rapido esas bendiciones que les deseamos y expresamos a los demás. Amén.