“José acogió a María sin poner condiciones previas. Confió en las palabras del ángel. «La nobleza de su corazón le hace supeditar a la caridad lo aprendido por ley; y hoy, en este mundo donde la violencia psicológica, verbal y física sobre la mujer es patente, José se presenta como figura de varón respetuoso, delicado que, aun no teniendo toda la información, se decide por la fama, dignidad y vida de María. Y, en su duda de cómo hacer lo mejor, Dios lo ayudó a optar iluminando su juicio» [18]” (Carta Apostólica Patris corde, 4)
Al acoger a María, José está acogiendo también a Jesús. Contemplemos la grandeza del corazón de José que sin comprender todo el misterio de la maternidad de María, la acoge en su corazón con la ayuda de Dios por medio del mensaje que le transmitió el ángel en sus sueños.
¡Pasa a la @cción!
Demos el paso de acoger a las personas que amamos, como dadas por Dios para que las cuidemos y acompañemos. Él confía en que como San José les amamos y les ayudemos a crecer cada día.
“Todos estos acontecimientos muestran que José «ha sido llamado por Dios para servir directamente a la persona y a la misión de Jesús mediante el ejercicio de su paternidad; de este modo él coopera en la plenitud de los tiempos en el gran misterio de la redención y es verdaderamente “ministro de la salvación”»[17]” (Carta Apostólica Patris corde, 3)
La obediencia de San José es grande en cuanto es por y para la persona y misión por la que Jesús vino al mundo y se hizo hombre.
La obediencia cristiana no son actos puntuales, al contrario, son parte de la llamada de Dios y dentro de su plan de salvación. La obediencia es escucha a la voz de Dios con la que él va tejiendo esa historia de salvación personal de cada uno de nosotros y del mundo entero.
¡Pasa a la @cción!
Vivamos nuestras responsabilidades cotidianas fuera de la rutina, dándoles el horizonte de que son actos de amor a Dios y los hermanos, es decir, obediencia a Dios Padre como la vivió San José.
«En Egipto, José esperó con confianza y paciencia el aviso prometido por el ángel para regresar a su país. Y cuando en un tercer sueño el mensajero divino, después de haberle informado que los que intentaban matar al niño habían muerto, le ordenó que se levantara, que tomase consigo al niño y a su madre y que volviera a la tierra de Israel (cf. Mt 2,19-20), él una vez más obedeció sin vacilar: «Se levantó, tomó al niño y a su madre y entró en la tierra de Israel» (Mt 2,21).
Pero durante el viaje de regreso, «al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí y, avisado en sueños —y es la cuarta vez que sucedió—, se retiró a la región de Galilea y se fue a vivir a un pueblo llamado Nazaret» (Mt 2,22-23)» (Carta Apostólica Patris corde, 3)
Os proponemos escuchar estos dos episodios del Podcast Redemptoris Custos que nos pueden ayudar a profundizar más en este tema.
Se necesita una profunda claridad en el alma para saber cuál es la mejor decisión a tomar para el bien de las personas que amamos. Por eso San José nos puede ayudar a ser esas personas de oración, atentos a la voz de Dios en nuestra conciencia, en su palabra y en las circunstancias de la vida.
«…Dios de ternura, que es bueno para todos y «su ternura alcanza a todas las criaturas» (Sal 145,9)».
Contiuamos con la reflexión que hace el papa Francisco acerca de San José como Padre en la ternura:
«En la sinagoga, durante la oración de los Salmos, José ciertamente habrá oído el eco de que el Dios de Israel es un Dios de ternura, que es bueno para todos y «su ternura alcanza a todas las criaturas» (Sal 145,9).
La historia de la salvación se cumple creyendo «contra toda esperanza» (Rm 4,18) a través de nuestras debilidades. Muchas veces pensamos que Dios se basa sólo en la parte buena y vencedora de nosotros, cuando en realidad la mayoría de sus designios se realizan a través y a pesar de nuestra debilidad. Esto es lo que hace que san Pablo diga: «Para que no me engría tengo una espina clavada en el cuerpo, un emisario de Satanás que me golpea para que no me engría. Tres veces le he pedido al Señor que la aparte de mí, y él me ha dicho: “¡Te basta mi gracia!, porque mi poder se manifiesta plenamente en la debilidad”» (2 Co 12,7-9).
Si esta es la perspectiva de la economía de la salvación, debemos aprender a aceptar nuestra debilidad con intensa ternura». (Papa Francisco, Carta Apost. Patris corde, 2)
La ternura de Dios que San José descubrió en la Sagrada Escritura es la de un padre que no se escandaliza de la debilidad de sus hijos, por el contrario, se enternece y se inclina hacia ellos y les abraza, les cura y les enseña a caminar. Esta ternura es la que precede y acompaña al amor misericordioso de Dios por cada mujer y hombre que viene a este mundo.
Como San Pablo, sentimos con mucha fuerza nuestra debilidad y la rechazamos, ya que el mundo en que vivimos, que valora tanto la imagen y apariencia, la debilidad es de los perdedores. Cuando la realidad, es que nuestra condición humana es de por sí pobre y débil. La ternura de Dios por cada uno de nosotros, nos ayuda a aceptar que aunque somos débiles, somos amados y aceptados… y que con nuestra debilidad y a pesar de esa de ella podemos ser y hacer cosas grandes: Amar a muchos, amar siempre y amar hasta que nos duela por la felicidad de los demás, por su crecimiento y éxito como personas.
¡Pasa a la acción!
Que San José nos enseñe a descubrir esa ternura de Dios por nosotros y por la humanidad cada vez que leemos y escuchamos la lectura de la Palabra de Dios
«Como un padre siente ternura por sus hijos, así el Señor siente ternura por quienes lo temen» (Sal 103,13).
Si nos ponemos en la piel de San José, nos podemos dar cuenta que existencial, afectiva y efectivamente asumía ser el padre de Jesús. José esta llamado a expresar el amor de Dios Padre, su ternura y compasión a Jesús y María.
Como nos dice el papa Francisco en la Carta Patris Corde (Con corazón de padre…):
José vio a Jesús progresar día tras día «en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres» (Lc 2,52). Como hizo el Señor con Israel, así él “le enseñó a caminar, y lo tomaba en sus brazos: era para él como el padre que alza a un niño hasta sus mejillas, y se inclina hacia él para darle de comer” (cf. Os 11,3-4).
Jesús vio la ternura de Dios en José: «Como un padre siente ternura por sus hijos, así el Señor siente ternura por quienes lo temen» (Sal 103,13).
San José bebía a diario de la fuente de la ternura del amor de Dios por su vida, en la oración y en su día a día con Jesús y María, cuidando de ellos y recibiendo a su vez todo el amor y ternura de su hijo y de sus esposa.
¡Pasemos a la acción!
Pidamos al Espíritu Santo: Que de la mano de San José sintamos la ternura de Dios Padre en nuestra vida, para que nuestra vida y nuestra fe estén cimentadas y ancladas sobre roca firme (ver Mateo 6, 24-27). Y, por otro lado, ser nosotros expresión de la ternura de Dios para los demás, en los pequeños detalles del día a día.
La confianza del pueblo en san José se resume en la expresión “Ite ad Ioseph”, que hace referencia al tiempo de hambruna en Egipto, cuando la gente le pedía pan al faraón y él les respondía: «Vayan donde José y hagan lo que él les diga» (Gn 41,55). Se trataba de José el hijo de Jacob, a quien sus hermanos vendieron por envidia (cf. Gn 37,11-28) y que —siguiendo el relato bíblico— se convirtió posteriormente en virrey de Egipto (cf. Gn 41,41-44).
Con estas palabras el papa Francisco nos invita a ir a José, fijarnos en él, en su silencio y especialmente en sus obras, es decir, en su actuar silencioso pero pronto y eficaz para escuchar la voz de Dios Padre y adelantarse a los acontecimientos en favor de Jesús y María.
Toda la vida de San José es una escuela de relación con Dios y el gozo de ser su amigo de confianza.
¡Pasa a la Acción!
Dedicar un rato de oración para contemplar la vida de José en el Evangelio de Mateo.
Cada domingo en la Eucaristía proclamamos que creemos en Dios. Y no tanto que existe, como que tiene un rostro concreto: El rostro de Padre, el que crea y sostiene la vida del ser humano y del universo «Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy» (Salmo 2, 7).
San José, como buen judío y creyente participa de esta fe en Dios como Padre, no tanto en como una idea, sino como una experiencia afectiva y efectiva de vida. Y como nos dijo el Papa Francisco en su Carta Patris Corde, con motivo del 150º Aniversario de la Declaración de San José como Patrono de la Iglesia Universal: San José «Tuvo la valentía de asumir la paternidad legal de Jesús, a quien dio el nombre que le reveló el ángel: «Tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1, 21)»
San José, nuestra fe muchas veces la fundamos en ideas sin la base solida y estable de la experiencia afectiva y emocional. Ayúdanos a sentirnos hijos amados de Dios. Enséñanos como enseñaste a Jesús en su infancia que Dios es un padre bueno y misericordioso que nos cuida, nos protege y espera la mejor de nosotros porque cree en nosotros.
Os proponemos orar con la canción: «¿Cómo puede ser?» del Album Homenaje a San José.
La Sagrada Familia unidos en el Amor de Dios. (Imagen tomada de internet)
¡Qué no vivamos como huérfanos, pues somos hijos de Dios!
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