Cita

En boca de San José… 0 (0)

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«Para mí lo bueno es estar junto a Dios,

hacer del Señor mi refugio,

y contar todas tus acciones

en las puertas de Sión (Jesrusalén)»

                             (Salmo 73, 28)

 

Estas dos ultimas frases del Salmo 73, suenan bien en los labios de San José y nos descubren cómo era él… Un hombre confiado en Dios y el silencio elocuente de su vida diaria junto a María y Jesús y en su trabajo nos cuenta las acciones de Dios…

Feliz Lunes e inicio del Mes de Febrero… Que en este mes «Baje a nosotros la bondad del Señor y haga prósperas las obras de nuestras manos» (Salmo 90, 17)

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Otra Sabiduría… 0 (0)

«Enseñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato…» (Salmo 90, 12)

Hoy en la Fiesta de Santo Tomás de Aquino, pedimos al Señor el Don de la Sabiduría con este fragmento de un Himno de la Liturgia de las Horas:

«¡Hontanares de Dios!,

¡hombres del Evangelio!,

¡humildes inteligencias luminosas!,

¡grandes hombres de barro tierno!

¡Hombres de Cristo, Maestros de la Iglesia!,…

Dadnos una vida de rodillas

ante el misterio,

una visión de este mundo

y una esperanza de cielo.

Padre, te pedimos para la Iglesia

la ciencia de estos maestros» Amén.

«La sabiduría que viene de arriba ente todo es pura y, además, es amante de la paz, comprensiva, dócil, llena de misericordia y buenas obras, constante, sincera. Los que procuran la paz están sembrando la paz; y su fruto es la justicia» (Santiago 3, 17-18)

«Espíritu de las Bienaventuranzas… 6» 0 (0)

«Espíritu de las Bienaventuranzas… 6» 0 (0)

Hoy nuestra meditación nos servirá para los que estamos en Europa como oración de la noche… Leer más en http://wp.me/P3tCot-4t

  
Buenas noches, Unidos en el Espíritu de Cristo…

La voz de la Iglesia resuena dulcemente en los salmos… 0 (0)

La voz de la Iglesia resuena dulcemente en los salmos… 0 (0)

 

La voz de la Iglesia resuena dulcemente

San Pío X, papa

De la constitución apostólica Divino afflatu (AAS 3 [1911], 633-635)

Es un hecho demostrado que los salmos, compuestos por inspiración divina, cuya colección forma parte de las sagradas Escrituras, ya desde los orígenes de la Iglesia sirvieron admirablemente para fomentar la piedad de los fieles, que ofrecían continuamente a Dios un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de unos labios que confiesan su nombre, y que además, por una costumbre heredada del antiguo Testamento, alcanzaron un lugar importante en la sagrada liturgia y en el Oficio divino. De ahí nació lo que san Basilio llama «la voz de la Iglesia», y la salmodia, calificada por nuestro antecesor Urbano octavo como «hija de la himnodia que se canta asiduamente ante el trono de Dios y del Cordero», y que, según el dicho de san Atanasio, enseña, sobre todo a las personas dedicadas al culto divino, «cómo hay que alabar a Dios y cuáles son las palabras más adecuadas» para ensalzarlo. Con relación a este tema, dice bellamente san Agustín: «Para que el hombre alabara dignamente a Dios, Dios se alabó a sí mismo; y, porque se dignó alabarse, por esto el hombre halló el modo de alabarlo».

 

Los salmos tienen, además, una eficacia especial para suscitar en las almas el deseo de todas las virtudes. En efecto, «si bien es verdad que toda Escritura, tanto del antiguo como del nuevo Testamento, inspirada por Dios es útil para enseñar, según está escrito, sin embargo, el libro de los salmos, como el paraíso en el que se hallan (los frutos) de todos los demás (libros sagrados), prorrumpe en cánticos y, al salmodiar, pone de manifiesto sus propios frutos junto con aquellos otros». Estas palabras son también de san Atanasio, quien añade asimismo: «A mi modo de ver, los salmos vienen a ser como un espejo, en el que quienes salmodian se contemplan a sí mismos y sus diversos sentimientos, y con esta sensación los recitan». San Agustín dice en el libro de sus Confesiones: ¡Cuánto lloré con tus himnos y cánticos, conmovido intensamente por las voces de tu Iglesia que resonaban dulcemente! A medida que aquellas voces se infiltraban en mis oídos, la verdad se iba haciendo más clara en mi interior y me sentía inflamado en sentimientos de piedad, y corrían las lágrimas, que me hacían mucho bien».

 

En efecto, ¿quién dejará de conmoverse ante aquellas frecuentes expresiones de los salmos en las que se ensalza de un modo tan elevado la inmensa majestad de Dios, su omnipotencia, su inefable justicia, su bondad o clemencia y todos sus demás infinitos atributos, dignos de alabanza? ¿En quién no encontrarán eco aquellos sentimientos de acción de gracias por los beneficios recibidos de Dios, o aquellas humildes y confiadas súplicas por los que se espera recibir, o aquellos lamentos del alma que llora sus pecados? ¿Quién no se sentirá inflamado de amor al descubrir la imagen esbozada de Cristo redentor, de quien san Agustín «oía la voz en todos los salmos, ora salmodiando, ora gimiendo, ora alegre por la esperanza, ora suspirando por la realidad»?