Verle venir cada día que amanece.
Verle venir en cada hermano que saludamos cada mañana.
Verle venir en cada hermano al que le sonreímos.
Verle venir en cada hermano al que le tendemos la mano.
Verle venir en cada palabra de bondad que decimos.
Hay que aprender a «ver venir a Dios que siempre está viniendo».
Sabemos que está, pero cada día se hace nuevo.
Sabemos que nos ama, pero cada día con un amor nuevo.
Sabemos que espera mucho de nosotros, pero cada día es una esperanza nueva.
Verle venir en cada niño que nacerá en este tiempo del Adviento.
Verle venir en cada amigo que encontramos en el camino.
Verle venir en cada dificultad que se nos pone en el camino.
Verle venir aunque el día se nos ponga oscuro.
Verle venir anque los problemas nos agobien.
Verle venir de lejos, pero verle también cercano a nosotros.
Verle venir en cada encuentro con nosotros mismos.
Verle venir en cada llamada que sentimos de cambiar.
Verle venir en cada comunión que recibimos.
Verle venir en cada perdón que se nos regala.
Dios está viniendo cada día y en cada momento.
Lo que importa es que nosotros sepamos verle venir.
No sea que Dios venga y encuentre las puertas con llave.
No sea que Dios venga y se pase de largo.
No sea que Dios venga y no nos encuentre en casa.
(Primera foto de Hernan Piñera. Segunda foto de Nagore. Tomadas de Flickr)