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La voz de la Iglesia resuena dulcemente en los salmos… 0 (0)

La voz de la Iglesia resuena dulcemente en los salmos… 0 (0)

 

La voz de la Iglesia resuena dulcemente

San Pío X, papa

De la constitución apostólica Divino afflatu (AAS 3 [1911], 633-635)

Es un hecho demostrado que los salmos, compuestos por inspiración divina, cuya colección forma parte de las sagradas Escrituras, ya desde los orígenes de la Iglesia sirvieron admirablemente para fomentar la piedad de los fieles, que ofrecían continuamente a Dios un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de unos labios que confiesan su nombre, y que además, por una costumbre heredada del antiguo Testamento, alcanzaron un lugar importante en la sagrada liturgia y en el Oficio divino. De ahí nació lo que san Basilio llama «la voz de la Iglesia», y la salmodia, calificada por nuestro antecesor Urbano octavo como «hija de la himnodia que se canta asiduamente ante el trono de Dios y del Cordero», y que, según el dicho de san Atanasio, enseña, sobre todo a las personas dedicadas al culto divino, «cómo hay que alabar a Dios y cuáles son las palabras más adecuadas» para ensalzarlo. Con relación a este tema, dice bellamente san Agustín: «Para que el hombre alabara dignamente a Dios, Dios se alabó a sí mismo; y, porque se dignó alabarse, por esto el hombre halló el modo de alabarlo».

 

Los salmos tienen, además, una eficacia especial para suscitar en las almas el deseo de todas las virtudes. En efecto, «si bien es verdad que toda Escritura, tanto del antiguo como del nuevo Testamento, inspirada por Dios es útil para enseñar, según está escrito, sin embargo, el libro de los salmos, como el paraíso en el que se hallan (los frutos) de todos los demás (libros sagrados), prorrumpe en cánticos y, al salmodiar, pone de manifiesto sus propios frutos junto con aquellos otros». Estas palabras son también de san Atanasio, quien añade asimismo: «A mi modo de ver, los salmos vienen a ser como un espejo, en el que quienes salmodian se contemplan a sí mismos y sus diversos sentimientos, y con esta sensación los recitan». San Agustín dice en el libro de sus Confesiones: ¡Cuánto lloré con tus himnos y cánticos, conmovido intensamente por las voces de tu Iglesia que resonaban dulcemente! A medida que aquellas voces se infiltraban en mis oídos, la verdad se iba haciendo más clara en mi interior y me sentía inflamado en sentimientos de piedad, y corrían las lágrimas, que me hacían mucho bien».

 

En efecto, ¿quién dejará de conmoverse ante aquellas frecuentes expresiones de los salmos en las que se ensalza de un modo tan elevado la inmensa majestad de Dios, su omnipotencia, su inefable justicia, su bondad o clemencia y todos sus demás infinitos atributos, dignos de alabanza? ¿En quién no encontrarán eco aquellos sentimientos de acción de gracias por los beneficios recibidos de Dios, o aquellas humildes y confiadas súplicas por los que se espera recibir, o aquellos lamentos del alma que llora sus pecados? ¿Quién no se sentirá inflamado de amor al descubrir la imagen esbozada de Cristo redentor, de quien san Agustín «oía la voz en todos los salmos, ora salmodiando, ora gimiendo, ora alegre por la esperanza, ora suspirando por la realidad»?

Decreto de la Congregación para el Culto Divino y la discíplina de los Sacramentos para la mención del nombre de San José en las Plegarías Eucarísticas II, III, IV del Misal Romano 0 (0)

Decreto de la Congregación para el Culto Divino y la discíplina de los Sacramentos para la mención del nombre de San José en las Plegarías Eucarísticas II, III, IV del Misal Romano 0 (0)

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DECRETO

En el paterno cuidado de Jesús, que San José de Nazaret desempeñó, colocado como cabeza de la Familia del Señor, respondió generosamente a la gracia, cumpliendo la misión recibida en la economía de la salvación y, uniéndose plenamente a los comienzos de los misterios de la salvación humana, se ha convertido en modelo ejemplar de la entrega humilde llevada a la perfección en la vida cristiana, y testimonio de las virtudes corrientes, sencillas y humanas, necesarias para que los hombres sean honestos y verdaderos seguidores de Cristo. Este hombre Justo, que ha cuidado amorosamente de la Madre de Dios y se ha dedicado con alegría a la educación de Jesucristo, se ha convertido en el custodio del tesoro más precioso de Dios Padre, y ha sido constantemente venerado por el pueblo de Dios, a lo largo de los siglos, como protector del cuerpo místico, que es la Iglesia.

En la Iglesia católica, los fieles han manifestado siempre una devoción ininterrumpida hacia San José y han honrado de manera constante y solemne la memoria del castísimo Esposo de la Madre de Dios, Patrono celestial de toda la Iglesia, hasta tal punto que el ya Beato Juan XXIII, durante el Sagrado Concilio Ecuménico Vaticano II, decretó que se añadiera su nombre en el antiquísimo Canon Romano. El Sumo Pontífice Benedicto XVI ha querido acoger y aprobar benévolamente los piadosos deseos que han llegado desde muchos lugares y que ahora, el Sumo Pontífice Francisco ha confirmado, considerando la plenitud de la comunión de los santos que, habiendo peregrinado un tiempo a nuestro lado, en el mundo, nos conducen a Cristo y nos unen a Él.

Por lo tanto, teniendo en cuenta todo esto, la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, en virtud de las facultades concedidas por el Sumo Pontífice Francisco, gustosamente decreta que el nombre de San José, Esposo de la Bienaventurada Virgen María, se añada de ahora en adelante en las Plegarias Eucarísticas II, III y IV de la tercera edición típica del Misal Romano, colocándose después del nombre de la Bienaventurada Virgen María, como sigue: en la Plegaria eucarística II: «ut cum beáta Dei Genetríce Vírgine María, beáto Ioseph, eius Sponso, cum beátis Apóstolis»; en la Plegaria eucarística III: «cum beatíssima Vírgine, Dei Genetríce, María, cum beáto Ioseph, eius Sponso, cum beátis Apóstolis»; en la Plegaria eucarística IV: «cum beáta Vírgine, Dei Genetríce, María, cum beáto Ioseph, eius Sponso, cum Apóstolis».

Por lo que se refiere a los textos redactados en lengua latina, se deben utilizar las fórmulas que ahora se declaran típicas. La misma Congregación se ocupará de proveer, a continuación, la traducción en las lenguas occidentales de mayor difusión; la redacción en otras lenguas deberá ser preparada, conforme a las normas del derecho, por la correspondiente Conferencia de Obispos y confirmada por la Sede Apostólica, a través de este Dicasterio.

No obstante cualquier cosa en contrario.

Dado en la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, el día 1 de mayo del 2013, memoria de San José Obrero.

Antonio, Card. Cañizares Llovera
Prefecto

+ Arturo Roche
Arzobispo Secretario

LA VISITACIÓN DE LA VIRGEN MARÍA A ISABEL Y SAN JOSÉ 0 (0)

LA VISITACIÓN DE LA VIRGEN MARÍA A ISABEL Y SAN JOSÉ 0 (0)

La Natividad de Jesús.

Visión de la Beata Ana Catalina Emmerich.

En proceso de Canonización, Alemania 1820

XXX
Visitación de María a Isabel

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Algunos días después de la Anunciación del Ángel a María, José volvióse  a Nazaret e hizo ciertos arreglos en la casa para poder ejercer su oficio y quedarse, pues hasta entonces sólo había permanecido dos días allí. Nada sabía del misterio de la Encarnación del Verbo en María. Ella era la Madre de Dios y era la sierva del Señor y guardaba humildemente el secreto. Cuando la Virgen sintió que el Verbo se había hecho carne en ella, tuvo un gran deseo de ir a Juta, cerca de Hebrón, para visitar a su prima Isabel, que según, las palabras del ángel hallábase encinta desde hacía seis meses.

Acercándose el tiempo en que José debía ir a Jerusalén, para la fiesta de Pascua, quiso acompañarle con el fin de asistir a Isabel durante su embarazo. José, en compañía de la Virgen Santísima, se puso en camino para Juta. Él camino se dirigía al Mediodía. Llevaban un asno sobre el cual montaba María de vez en cuando. Este asno tenía atada al cuello una bolsa perteneciente a José, dentro de la cual había un largo vestido pardo con una especie de capuz. María se ponía este traje para ir al Templo o a la sinagoga. Durante el viaje usaba una túnica parda de lana, un vestido gris con una faja por encima, y cubría su cabeza una cofia amarilla. Viajaban con bastante rapidez. Después de haber atravesado la llanura de Esdrelón, los vi trepar una altura y entrar en la ciudad, de Dotan, en casa de un amigo del padre de José. Este era un hombre bastante acomodado, oriundo de Belén. Él padre de José lo llamaba hermano a pesar de no serlo: descendía de David por un antepasado que también fue rey, según creo, llamado Ela, o Eldoa o Eldad, pues no recuerdo bien su nombre.

Dotan era una ciudad de activo comercio. Luego los vi pernoctar bajo un cobertizo. Estando aún a doce leguas de la casa de Zacarías pude verlos otra noche en medio de un bosque, bajo una cabaña de ramas toda cubierta de hojas verdes con hermosas flores blancas. Frecuentemente se ven en este país al borde de los caminos esas glorietas hechas de ramas y de hojas y algunas construcciones más sólidas en las cuales los viajeros pueden pernoctar o refrescarse, y aderezar y cocer los alimentos que llevan consigo. Una familia de la vecindad se encarga de la vigilancia de varios de estos lugares y proporciona las cosas necesarias mediante una pequeña retribución. No fueron directamente de Jerusalén a Juta. Con el fin de viajar en la mayor soledad dieron una vuelta por tierras del Este, pasando al lado de una pequeña ciudad, a dos leguas de Emaús y tomando los caminos por donde Jesús anduvo durante sus años de predicación. Más tarde tuvieron que pasar dos montes, entre los cuales los vi descansar una vez comiendo pan, mezclando con el agua parte del bálsamo que habían recogido durante el viaje. En esta región el país es muy montañoso.

Pasaron junto a algunas rocas, más anchas en su parte superior que en la base; había en aquellos lugares grandes cavernas, dentro de las cuales se veían toda clase de piedras curiosas. Los valles eran muy fértiles. Aquel camino los condujo a través de bosques y de páramos, de prados y de campos. En un lugar bastante cerca del final del viaje noté particularmente una planta que tenía pequeñas y hermosas hojas verdes y racimos de flores formados por nueve campanillas cerradas de color de rosa. Tenía allí algo en qué debía ocuparme; pero he olvidado de qué se trataba.

La casa de Zacarías estaba situada sobre una colina, en torno de la cual había un grupo de casas. Un arroyo torrentoso baja de la colina. Me pareció que era el momento en que Zacarías volvía a su casa desde Jerusalén, pasadas las fiestas de Pascua. He visto a Isabel caminando, bastante alejada de su casa, sobre el camino de Jerusalén, llevada por un ansia inquieta e indefinible. Allí la encontró Zacarías, que se espantó de verla tan lejos de la casa en el estado en que se encontraba. Élla dijo que estaba muy agitada, pues la perseguía el pensamiento de que su prima María de Nazaret estaba en camino para visitarla.

Zacarías trató de hacerle comprender que desechase tal idea y por signos y escribiendo en una tablilla, le decía cuán poco verosímil era que una recién casada emprendiera viaje tan largo en aquel momento. Juntos volvieron a su casa. Isabel no podía desechar esa idea fija, habiendo sabido en sueños que una mujer de su misma sangre se había convertido en Madre del Verbo Eterno, del Mesías prometido. Pensando en María concibió un deseo muy grande de verla y la vio, en efecto, en espíritu que venía hacia ella. Preparó en su casa, a la derecha de la entrada, una pequeña habitación con asientos y aguardó allí al día siguiente, a la expectativa, mirando hacia el camino por si llegaba María. Pronto se levantó y salió a su encuentro por el camino.

Isabel era una mujer alta, de cierta edad: tenía el rostro pequeño y rasgos bellos; la cabeza la llevaba velada. Sólo conocía a María por las voces y la fama. María, viéndola a cierta distancia, conoció que era ella Isabel y se apresuró a ir a su encuentro, adelantándose a José que se quedó discretamente a la distancia. Pronto estuvo María entre las primeras casas de la vecindad, cuyos habitantes, impresionados por su extraordinaria belleza y conmovidos por cierta dignidad sobrenatural que irradiaba toda su persona, se retiraron respetuosamente en el momento de su encuentro con Isabel. Se saludaron amistosamente dándose la mano. En aquel momento vi un punto luminoso en la Virgen Santísima y como un rayo de luz que partía de allí hacia Isabel, la cual recibió una impresión maravillosa. No se detuvieron en presencia de los hombres, sino que, tomándose del brazo, se dirigieron a la casa por el patio interior.

En el umbral de la puerta, Isabel dio nuevamente la bienvenida a María y luego entraron en la casa. José llegó al patio conduciendo al asno, que entregó a un servidor y fue a buscar a Zacarías en una sala abierta sobre el costado de la casa. Saludó con mucha humildad al anciano sacerdote, el cual lo abrazó cordialmente y conversó con él por medio de la tablilla sobre la que escribía, pues había quedado mudo desde que el ángel se le había aparecido en el Templo.

María e Isabel, una vez que hubieron entrado, se hallaron en un cuarto que me pareció servir de cocina. Allí se tomaron de los brazos. María saludó a Isabel muy cordialmente y las dos juntaron sus mejillas. Vi entonces que algo luminoso irradiaba desde María hasta el interior de Isabel, quedando ésta toda iluminada y profundamente conmovida, con el corazón agitado por santo regocijo. Se retiró Isabel un poco hacia atrás, levantando la mano y, llena de humildad, de júbilo y entusiasmo, exclamó: «Bendita eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre. ¿Pero de dónde a mí tanto favor que la Madre de mi Señor venga a visitarme?… Porque he aquí que como llegó la voz de tu salutación a mis oídos, la criatura que llevo se estremeció de alegría en mi interior. ¡Oh, dichosa tú, que has creído; lo que te ha dicho el Señor se cumplirá!»

Después de estas palabras condujo a María a la pequeña habitación preparada, para que pudiera sentarse y reposar de las fatigas del viaje. Sólo había que dar unos pasos para llegar hasta allí. María dejó el brazo de Isabel, cruzó las manos sobre el pecho y empezó el cántico del Magníficat: «Mi alma glorifica al Señor; y mi espíritu se alegró en Dios mi Salvador. Porque miró a la bajeza de su sierva; porque he aquí que desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones. Porque ha hecho grandes cosas conmigo el Todopoderoso, y santo es su Nombre. Y su misericordia es de generación en generación a los que le temen. Hizo valentías con su brazo; esparció a los soberbios en el pensamiento de su corazón. Quitó a los poderosos de los tronos y levantó a los humildes. A los hambrientos hinchó de bienes y a los ricos envió vacíos. Socorrió a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia. Como habló a nuestros padres, a Abrahán y a su simiente, para siempre».

Isabel repetía en voz baja el Magníficat con el mismo impulso de inspiración de María. Luego se sentaron en asientos muy bajos, ante una mesita de poca altura. Sobre ésta había un vaso pequeño.

¡Qué dichosa me sentía yo, porque repetía con ellas todas las oraciones, sentada muy cerca de María! ¡Qué grande era entonces mi felicidad!

Tomado de

http://www.capillacatolica.org/NacimientoDeJesus.html#Visitacion
San José y Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote 0 (0)

San José y Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote 0 (0)

Sin título 2.001

En este día que celebramos a Jesucristo Sumo y Eternos Sacerdote, queremos junto con San José adorar a nuestro Señor cuyo Amor por la humanidad le llevó a ser al mismo tiempo Sacerdote, Víctima y Altar. Al mismo tiempo que pedimos a Aquel que fue Custodio del Redentor que siga velando por aquellos hombres, hermanos de Cristo a los que ha llamado para participar de su Sacerdocio.

Aquí os dejamos dos reflexiones que nos invitan a orar junto con la Virgen María y San José por los Sacerdotes de Cristo.

SAN JOSÉ, CUSTODIO DE LOS CORAZONES DE JESÚS Y MARÍA

 

Por Hna. María José Socías, sctjm

Cuando hablamos de San José, hay un silencio que envuelve a su persona; silencio que vivió toda su vida. Su misión fue, después de la Santísima Virgen María, la mas importante que Dios le haya encomendado a criatura alguna, y al mismo tiempo la mas escondida: salvaguardar «los tesoros de Dios» –Jesús y María–y proteger con su silencio, presencia y santidad el misterio de la Encarnación y el misterio de la Santísima Virgen María.
En la primera venida del Hijo de Dios al mundo, las vidas de María y José fueron radicalmente escondidas; ahora –en estos momentos tan difíciles de la historia– han salido a relucir para dar a los hombres testimonio del amor de Dios por la humanidad, y de lo que hace en los corazones de aquellos que son fieles a Su voluntad. Y así vemos como se ha despertado en estos tiempos, un nuevo interés en la persona de San José, en su santidad, en su misión y en su intercesión.
Los papas y San José: el Papa León XIII escribe «Quamquam Pluries» reafirmando su patrocinio sobre toda la Iglesia. El Papa Pío XII instaura la fiesta de San José, Obrero, el día 1 de mayo. Papa Juan Pablo II escribe «Redemptoris Custos»; habla de la misión de San José especialmente en estos tiempos donde la Iglesia enfrenta grandes peligros. De manera particular, Dios quiere hacer relucir la persona y misión de San José en su relación con los Sagrados Corazones de Jesús y María. La primera indicación de ello fue dada en las apariciones de la Virgen de Fátima, en Portugal. En la última aparición de la Virgen, el 13 de octubre, San José aparece junto con el Niño Jesús y bendice al mundo. Sor Lucía, la principal vidente, relata lo sucedido:
«Mi intención [en gritar a la gente que miraran hacia arriba] no era llamarles la atención hacia el sol, porque yo no estaba consciente de su presencia. Fui movida a hacerlo bajo la dirección de un impulso interior. Después que Nuestra Señora había desaparecido en la inmensidad del firmamento, contemplamos a San José con el Niño Jesús y a nuestra Señora envuelta en un manto azul, al lado del sol. San José y el Niño Jesús aparecieron para bendecir al mundo, porque ellos trazaron la Señal de la Cruz con sus manos. Cuando un poco más tarde, esta aparición desapareció, vi a nuestro Señor y a la Virgen; me parecía que era Nuestra Señora de los Dolores. Nuestro Señor apareció para bendecir al mundo en la misma manera que lo hizo San José. Esta aparición también desapareció y vi a Nuestra Señora una vez mas, esta vez como Nuestra Señora del Carmen.»
Ese día en Fátima se hicieron presente los Dos Corazones y San José. Dios nos revela los Corazones de Jesús y María pues ellos son la esperanza de la humanidad. Es el amor y la misericordia de estos Dos Corazones la que salvará al mundo del pecado y de la muerte. Pero el misterio de la presencia de San José revela que, unido al amor de los Dos Corazones, Dios espera y busca el amor y la respuesta del hombre para con su hermano. El hombre, con su amor, intercesión y reparación, sumergidos en el amor de Jesús y María, también debe alcanzar gracias de conversión para la humanidad. Dios salvará la humanidad por medio del amor: el amor de Jesús y María y de todos aquellos que, como San José, se unan y vivan dentro de este amor.
I. LA UNIÓN DEL CORAZÓN DE SAN JOSÉ CON LOS DOS CORAZONES
 
Así, como por designio de Dios, el Corazón Inmaculado de la Santísima Virgen está unido «indisolublemente al Corazón de Cristo», de manera que estos Dos Corazones permanecieran unidos para siempre y por ellos nos llegará la salvación, asimismo, por designio de Dios, el corazón que más de cerca vive en alianza con estos Dos Corazones es el corazón de San José.
Cuando contemplamos el corazón de San José, contemplamos un corazón puro, que dirige todos sus afectos y acciones hacia aquellos que le fueron encomendados, cuya grandeza él supo leer y entender. Todos los movimientos del corazón de San José tenían un solo objetivo: el amor de los Dos Corazones. Por ellos trabajó; por ellos obedeció; por ellos sufrió; a ellos los defendió y protegió sin interrupción. Su vida era para amar, consolar, proteger y cuidar a los Dos Corazones. Hay que recordar que San José no era Dios hecho hombre, ni tampoco fue concebido inmaculado; el nació con el pecado original igual que todos nosotros. Pero su corazón se hizo uno con el Corazón de María y a través de ella, con el Sagrado Corazón de Jesús. Veamos como se da en San José esta misteriosa unidad.
EL CORAZÓN DE SAN JOSÉ UNIDO AL CORAZÓN DE MARÍA, SU ESPOSA
El corazón de San José vivió en plena comunión con el Inmaculado Corazón de María. Ella fue para él, igual que lo es para todos nosotros, el camino que lo condujo al misterio del Dios hecho Hombre. En el sueño del ángel, oyó éstas palabras: «No temas tomar contigo a María tu mujer porque lo nacido de ella es del Espíritu Santo.» (Mt 1: 20) Con esto, es introducido no solamente en el misterio de la Encarnación, sino también en el misterio del corazón excepcional de la Virgen Santísima, escogida para ser Madre de Dios. San José se dio cuenta que el Mesías y Salvador, tan esperado por su pueblo, había de llegar al mundo a través del seno maternal de María, la mujer a quien Dios le había dado por esposa.
¿Cuál fue la respuesta de San José? «Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer» (Mt 1:24). En otras palabras, San José se consagra a María, a su persona, a su corazón, y a su misión. Accedió a la voluntad de Dios quien designó que él, y todo el género humano, había de recibir al Redentor por manos de María. Mucho más que todas las generaciones que llamarán bendita a la Virgen por las maravillas que Dios ha hecho en ella (cf. Lc 1:48-49), San José las supo ver, ponderar, y amar, levantándose así en su corazón, un profundo deseo de protegerla.
San José vivó en perfección la consagración al Inmaculado Corazón de María. Es él, el perfecto devoto de la Virgen, y nosotros debemos aprender de él. Él es el primer ejemplo del mensaje que San Juan Eudes escuchó del Corazón Eucarístico de Jesús: «Te he dado este admirable Corazón de Mi Madre, que es Uno con el Mío, para ser Tu verdadero Corazón también…para que puedas adorar, servir y amar a Dios con un corazón digno de su Infinita Grandeza».
Debemos pedirle que nos enseñe como amar con todo nuestro corazón a la Santísima Virgen, a quien amó con todas las fuerzas de su corazón y de quien recibió, con profundo agradecimiento, el Sagrado Corazón de Jesús, el Salvador.
EL CORAZÓN DE SAN JOSÉ UNIDO AL CORAZÓN DE JESÚS
Después del de la Virgen, el corazón de San José es el que más cerca estuvo del Corazón del Redentor. San José amaba con verdadero amor paternal a Cristo. Su corazón estaba unido de tal forma al de Jesús, que mucho antes que San Juan se recostara sobre el pecho del Señor, ya San José conocía plenamente los latidos del Corazón de Cristo y aún más, Cristo conocía perfectamente los latidos del corazón de su padre virginal, puesto que toda su niñez la pasó recostado del pecho de su padre, San José.
En esta comunión de «corazón a Corazón», ¿qué secretos insondables habrá descubierto San José en el Corazón de su Hijo? El Ángel le había revelado en sueño que el Hijo de María era quien «salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1:21). Entendió que el Corazón del Emmanuel era un corazón humilde, misericordioso y redentor. Era el Corazón de Dios, formado por el Espíritu Santo, que vino a salvar a su pueblo. No para una salvación meramente temporal, sino mucho más profunda; era la salvación del mal que había entrado en el corazón humano: el egoísmo, el desamor, la división, la injusticia…. el pecado.
Estos secretos insondables fueron conocidos plenamente por San José, por la intimidad de contemplación de los corazones de Jesús y María. Lo encontramos al lado de la Santísima Virgen en los misterios gozosos del Santo Rosario. Al convivir y contemplar lo que se desarrollaba en la vida de Jesús y en la vida de su esposa, su corazón crecía en admiración y amor a Dios y en ardientes deseos de participar plenamente en su obra.
II. SAN JOSÉ Y EL TRIUNFO DE LOS DOS CORAZONES
La presencia de San José en dos de las apariciones de la Santísima Virgen aprobadas por la Iglesia –Knock y Fátima– muestran el deseo de Dios de que se reconozca a San José. En la aparición de Fátima vemos como Dios no dejó duda alguna de la importancia de San José en su plan para la conversión del mundo a través del Inmaculado Corazón de María. Fue la misma Virgen María la que anunció, en su aparición del día 13 de septiembre, de que en octubre no solo haría un milagro para que todo el mundo creyera, sino que San José vendría con el Niño Jesús a bendecir al mundo. La Virgen le dijo:
«Continúen rezando el rosario para obtener el fin de la guerra. En octubre, Nuestro Señor vendrá, así como nuestra Señora de los Dolores y Nuestra Señora del Carmen. San José aparecerá con el Niño Jesús y bendecirá al mundo.»
¿Por qué Dios hizo de la presencia de San José en Fátima, un elemento visible en el misterio del triunfo que se avecina? Porque San José es el modelo para toda la humanidad de unión con los Sagrados Corazones de Jesús y de María. Y además, lo que fue su misión en la tierra, continúa siendolo en el cielo: él fue y es el protector de los Dos Corazones. Él protegió el Corazón Inmaculado de María y el Sagrado Corazón de Jesús, que latía en el seno de la Virgen. Los protegió celosamente y por eso ellos triunfaron en su corazón. ¿Cómo no va a ser ahora quien los proteja, asegurando su triunfo en los corazones de todos los hombres?
San José, dado como protector de los Dos Corazones en el principio, es ahora encomendado por Dios como protector de toda la familia humana. De forma particular, San José es protector de todos aquellos que aman a los Dos Corazones, que se han unido a ellos y que promueven su pronto Reinado en la humanidad.
Es San José el que enseña de forma más plena a los apóstoles de los Dos Corazones, a tener plena unidad interior con el corazón de Jesús y el de María, porque fue precisamente él, el tercer corazón, que se unió a ellos en amor, en servicio y en fidelidad.
Son los apóstoles de los Dos Corazones los que de una manera nueva deben acogerse a la protección de San José y pedirle a él que les enseñe a amar, a servir, a sacrificarse y a permanecer unidos a estos Dos Corazones como él lo hizo toda su vida.
¡San José, Custodio de los Dos Corazones…. Ruega por nosotros!
FUENTE: corazones.org

REZAR POR LOS SACERDOTES.

Ayer por la noche vino un sacerdote para ver le sistema de iluminación de la parroquia, una vez acabadas sus tareas sacerdotales a quedar con el electricista a ver cómo puede mejorar la iluminación de su templo. Muchas veces un sacerdote es de todo: decorador, electricista, escayolista, especialista en obras, contable inspector de humedades, diseñador gráfico, cantor, escribiente, especialista en rebajas, asistente social…, pero no puede olvidar su única razón de ser: el de ser sacerdote. Muchas veces te dicen que tienes que aprender a delegar cosas, pero no es sencillo encontrar personas que estén dispuestas a cualquier hora del día a ver cualquier asunto de la parroquia. Pero la verdad es que lo que somos es sacerdotes…, y nos hace mucha falta vuestra oración.

“Y, tomando pan, pronunció la acción de gracias, lo partió y se lo dio, diciendo: -«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía.» Después de cenar, hizo lo mismo con la copa, diciendo: -«Esta copa es la nueva alianza, sellada con mi sangre, que se derrama por vosotros.»” La Fiesta de hoy suele pasar desapercibida, la fiesta de Cristo Sumo y Eterno Sacerdote. Es la fiesta que nos recuerda a los fieles y a los sacerdotes que el único sacerdote es Jesucristo y, todos los demás –por el sacerdocio común o ministerial-, participamos de su sacerdocio. No somos dueños, creadores ni creativos de nuestro sacerdocio, sino que participamos del de Jesucristo. Por eso no es concebible en ningún cristiano, y menos en un sacerdote, que no quiera identificarse más con Cristo, parecerse más a Él, actuar en su nombre y nunca en nombre propio. Es cierto que la soberbia, el cansancio y la rutina entran en ocasiones en nuestras vidas, pero tenemos que renovar la ilusión y las ganas de ser sacerdotes.

Muchas calumnias se dicen sobre los sacerdotes, aunque en ocasiones seamos grandes pecadores, pero estoy convencido que hay muchísimos sacerdotes fieles, entregados, generosos, piadosos e ilusionados que desganados y aprovechados. Pero hace falta oración y hacen falta vocaciones.

Que en el día de hoy pidamos a María, madre de los sacerdotes, la fidelidad de todos y el aumento de vocaciones.

FUENTE: http://archimadrid.org/

San Isidro Labrador… un Amigo de San José 0 (0)

San Isidro Labrador… un Amigo de San José 0 (0)

Hoy es la Fiesta de San Isidro Labrador, Patrón de Madrid y de los Trabajadores del Campo. El mes de mayo lo iniciamos con la Fiesta de San José Obrero y no podemos menos que ver la silmilitud de estos dos santos por su perfil humilde y trabajador.

Roguemos a San Isidro Labrador y a San José Obrero por todas aquellas mujeres y hombres que han perdido su trabajo y por tantos jóvenes que aún no han tenido su primer empleo.

Que todas las fuerzas que formamos la sociedad no nos conformemos con las consecuencias de esta crisis económica y de valores que condena a tantos a no poder ganarse la vida y construir una sociedad justa con el trabajo de sus manos.

Os dejamos una breve biografía de San Isidro Labrador y la oración colecta de su misa.

San Isidro 2013. 01 San Isidro 2013. 02

San Juan de Ávila y San José 0 (0)

San Juan de Ávila y San José 0 (0)

200px-Juan_de_Ávila San José (Vicente López)

SAN JOSÉ:

         La devoción a los santos en general y, de modo particular a San José, ha sido siempre muy sentida en el Pueblo de Dios. El siglo XVI no es una excepción. Es bien conocida la devoción a San José por parte de Santa Teresa de Jesús: «En especial personas de oración siempre le habían de ser aficionados… Quien no hallare maestro que le enseñe oración, tiene este glorioso santo por maestro, y no errará el camino» (Vida, cap.VI).

 

         El Maestro Ávila hace referencia a San José al hablar de la obediencia: «Cristo, obediente fue a su Padre en vida y en muerte; y también obedeció a su santísima Madre, y al santo Josef, como cuenta San Lucas» (AF cap.101, 10625ss; cfr. Lc 2,51). Y también lo presenta en su dimensión virginal: «Josef fue también virgen limpísimo, para dar a entender que (Jesucristo) quiere ser tratado de vírgenes» (Ser 4,342s).

 

         Uno de los sermones más largos del Maestro, el n.75, está dedicado a San José (predicado un 19 de marzo), para «contar las grandezas de este bienaventurado Santo» (Ser 75, 22s). Comenta Mt 1,18 (María, Madre de Jesús, desposada con José). En realidad, lo que se intenta es alabar a Dios por las gracias concedidas a San José, padre adoptivo de Jesús y esposo de María: «Así todo lo que se dijere en alabanza del santo Josef resulta en honra de Jesucristo nuestro Señor, que lo honró con nombre de padre, y de la Virgen Santa María, de la cual fue verdadero y castísimo esposo» (ibídem, 26ss).

 

         Se presenta a María y José como modelos de vida en familia, también en medio de las dificultades de Belén, del exilio y de Nazaret. Ambos recibieron «grandes mercedes» de Dios y ambos afrontaron «la tribulación y prueba» (Ser 75, 52ss). Todo era misericordia de Dios para ambos (cfr. ibídem, 76ss). Ambos se habían consagrado a Dios por la virginidad: «Porque ella y tú entrambos tenéis hecho voto, de común consentimiento, de guardar virginidad por toda la vida» (ibídem, 133ss).

 

         La dignidad de San José se enmarca en unas circunstancias de humildad y pobreza. La misericordia de Dios consistió en que «San Josef, hombre bajo según el mundo y oficial carpintero, fuese levantado a tanta honra de ser verdadero esposo de la Madre de Dios y de ser llamado padre y tomado por ayo de aquel que tiene al Eterno Padre por padre y que es criador de cielos y tierra» (Ser 75, 80ss).

 

         En estas circunstancias, de un matrimonio fiel a los designios de Dios, San José queda descrito admirando y sirviendo a María y a Jesús. Su corazón rebosaba de gozo al ver «tanta humildad, tanta caridad y tanta virtud en aquella Señora que por esposa le había sido dada», adorando, al mismo tiempo, «al bendito Niño Jesús, siendo informado que estaba en el vientre de nuestra Señora» (Ser 75, 586ss). Su gozo principal era el de oír y pronunciar el nombre de Jesús (cfr. ibídem,625ss).

 

         Así se convirtió en «guarda de la mesma persona y castidad de la sacratísima Virgen nuestra Señora» (Ser 75, 775s). Esta grandeza de San José tuvo lugar en circunstancias de pobreza y de trabajo. Así tuvo que alimentar a la Sagrada Familia «de lo que ganare con su oficio en mucho sudor de su cara» (Ser 75, 1234s). En San José aparece la humildad del Verbo encarnado: «¡Bendito sea tú, Señor, que tanto te humillaste! A un carpintero» (Ser 65 -2-, 274s; comenta la anunciación: Lc 1,27).

 

         En las «Advertencias necesarias para los Reyes», al hablar de la dignidad del trabajo, tal difícil de entender en aquella época por quienes se refugiaban en «el holgar», apoyados en el «privilegio de la hidalguía», el Maestro presenta el ejemplo del hogar de Nazaret: «San Josef fue carpintero, y no estaría mal a quien no tiene de comer por vía lícita aprender un oficio y usarlo en su casa, pues, por muy alto que sea, no será tanto como San Josef ni como Jesucristo nuestro Señor, que también ayudaba al oficio de su Ayo» (n. 16).

Por Juan Esquerda Bifet en,

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